Llega el tiempo de la espera y la esperanza. El tiempo de preparar caminos…
Esperamos porque sabemos de quién nos hemos fiado. Porque preparamos los caminos para una venida que ya comenzó hace mucho. Porque en la vida es fundamental mantener una memoria agradecida por todo lo recibido. Aprender de una historia muchas veces trenzada en golpe y dicha. Recordar las ausencias justas con gratitud, y las injustas con coraje. En los momentos de dicha recordamos que todo es don. Y en las noches oscuras, en los momentos en que parece que algo falta, en las épocas de dolor o sufrimiento, recordamos las bendiciones que en otros momentos han llenado nuestras vidas de pasión.
Esperamos porque sabemos lo que puede llegar. A veces lo intuimos. Otras lo soñamos. En ocasiones sencillamente queremos que las cosas sean diferentes. Imaginamos futuros mejores, para nosotros, pero sobre todo para aquellos cuyos presentes son sombríos; hasta ahí, nada distinto de los “buenos deseos” con los que se reciben estas fechas en las teles y los mercados, en las promociones navideñas y las declaraciones institucionales de todo cuño. Pero entonces se enciende una luz en nuestra entraña, se escucha una voz que, muy hondo, muy dentro, muy suave, susurra: “¿Por qué no? Y el deseo se convierte en urgencia, en anhelo, y quema y aquieta a un tiempo. El deseo es también llamada, y algo me dice: “lucha por lo que deseas”, y eso es adviento…
Esperamos la consciencia de haber recibido una promesa y confiar en ella: como Abraham, y Moisés, y Zacarías, y María, y José, y Pedro, y tantos otros hombres y mujeres, que un día escucharon una palabra que les hablaba del futuro… y se fiaron. Dios nos ha prometido venir, y seguir viniendo. Nos ha prometido las bienaventuranzas, y aunque es de locos, lo creemos. Nos ha prometido la Vida que vence al mal, y una lógica en la que el lobo ya no amenaza al cordero… y aunque nos llamen ingenuos, ilusos, necios o ciegos, lo creemos.